Lo estático no existe. Lo perfecto, tampoco. Cuando llegamos a un extremo, comenzamos a descender hacia su contrario. El solsticio es a la vez principio y final de un nuevo ciclo. Es tan solo un efímero y frágil equilibrio.
En los evangelios está escrito: “La luz y las tinieblas, la vida y la muerte, los de la derecha y los de la izquierda, son hermanos entre sí, siendo imposible separar a unos de otros. Por ello ni los buenos son buenos, ni los malos, malos, ni la vida es vida, ni la muerte, muerte. Cada uno vendrá a disolverse en su propio origen desde el principio”.
“Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida
y me completes así todo;
hasta que mi mitad de luz se cierre
con mi mitad de sombra
y sea yo equilibrio eterno
en la mente del mundo:
unas veces, mi medio yo, radiante;
otras, mi otro medio yo, en olvido.
Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú, en tu turno, vistas
de huesos pálidos mi alma.”
Juan Ramón Jiménez , Zenit.
(Imagen: Okudart y Bordalo. Lavapiés. Madrid (¿Jano?))