En la antigüedad, la saliva era considerada una condensación del espíritu…. para curar o para herir.
Cuando prendieron a Jesús y le llevaron a la casa del sumo sacerdote Caifás, donde estaban reunidos los escribas y los ancianos, algunos le escupieron en el rostro.
Sin embargo él también había escupido. Una vez, tomó a un sordomudo aparte de la multitud, y, a solas, le metió los dedos en los oídos. Escupiendo, le tocó la boca con la saliva; suspiró profundamente y le dijo: ¡Ábrete!
«Creo en el hombre, esa basura
Creo en el hombre, esa inmundicia
Esa arena movediza, ese agua estancada.
Creo en el hombre, ese ser retorcido,
Esa vejiga de vanidad.
Creo en el hombre, ese adulador
Ese cascabel, esa pluma al viento,
Ese provocador, ese cotilla,
Creo en el hombre, ese vampiro.
Pese a todo lo que ha podido hacer
De mortal y de irreparable.
Creo en él
Por la firmeza de su mano,
Por su gusto de la libertad
Por el juego de su fantasía.
Por su vértigo ante una estrella.
Creo en él
Por la sal de su amistad,
Por el agua de sus ojos, por su risa,
Por su ímpetu y sus debilidades.
Creo en él por siempre
Por una mano tendida
Por una mirada entregada
Y sobre todo y por encima de todo
Por el saludo simple de un pastor»
Lucien Jacques, Creo en el Hombre
(Imagen: Fray Angélico. Escarnio de Cristo, 1441. (Detalle) Convento de San Marcos de Florencia. Italia)