Desconstruyendo ritos y ofrendas

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En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.» Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.». La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.» Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
Marcos (1,40-45)

 Jesús le dijo al leproso que ofreciera al sacerdote lo que mandó Moisés y lo que está estipulado figura en el Levítico 14 sobre la purificación de los leprosos. El purificado debe rasurarse todo el cabello: la cabeza, la barba y las cejas; todo su cabello. Deberá lavar su ropa y su  cuerpo en agua, y quedar asilado una semana y repetir esta limpieza una semana más tarde. Después se presentará en el templo con dos corderos, seis kilos y medio de la mejor harina amasada con aceite y la tercera parte de un litro de aceite. El sacerdote entonces procede a la realización de un rito de limpieza utilizando la sangre de uno de los corderos y el aceite.

(…) El sacerdote tomará de la sangre de la ofrenda por la culpa, y la pondrá el sacerdote sobre el lóbulo de la oreja derecha del que ha de ser purificado, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho. El sacerdote tomará también del log de aceite, y lo derramará en la palma de su mano izquierda; después el sacerdote mojará el dedo de su mano derecha en el aceite que está en la palma de su mano izquierda, y con el dedo rociará del aceite siete veces delante del Señor. Y de lo que quede del aceite que está en su mano[j], el sacerdote pondrá un poco sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se ha de purificar, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho, encima de la sangre de la ofrenda por la culpa; y lo que quede del aceite que está en la mano[k] del sacerdote, lo pondrá sobre la cabeza del que ha de ser purificado. Así el sacerdote hará expiación por él delante del Señor. Después el sacerdote ofrecerá el sacrificio por el pecado y hará expiación por el que se ha de purificar de su inmundicia. Y después, degollará el holocausto. Y el sacerdote ofrecerá sobre el altar el holocausto y la ofrenda de cereal. Así hará expiación el sacerdote por él, y quedará limpio.”

 La lectura de hoy me hace pensar en la construcción de la doctrina cristiana y en la sustitución de ritos y sacrificios. Jesús, al sacrificarse en la cruz, encarna todos los sacrificios juntos, se convierte en el sacrificado y con ello elimina todas esas prácticas. También es cierto que cuando se escriben los evangelios la revuelta de los canaim o zelotes había concluido y el  Templo de Jerusalem fue destruido. Desde entonces, los ritos y liturgia judíos tuvieron que ser revisados al no existir ya en la explanada del monte Moriá, en la ciudad de Jerusalem, el Templo de Salomón ni el Arca de la Alianza.