En el centro de la ciudad hay una plaza.Unos días hay mercado, otros fiesta. Los domingos paseamos bajo los soportales y tomamos el aperitivo en las terrazas.
En el nuevo barrio la plaza es un gran pasillo con tiendas a los lados. No tiene ventanas pero tiene techo: es igual en invierno que en verano. Tampoco está en el centro. No sirve para hacer fiestas. Por la noche está cerrada. Nunca recibe luz de las estrellas. La plaza ya no es de todos. Es un espacio privado.
Hemos dejado pocas piedras. Tenemos bonitas playas, pero sustituimos rápido las huellas del pasado. En algunas ciudades quedan pocas casas con historia y pocos espacios usados .¿será porque cada primavera nos gusta quemar lo viejo? ¿o es que queríamos luz y más ventanas en nuestras casas?
Lo mismo que con las ciudades y pueblos, quizás, nos ocurre con otras cosas. Nos cuesta mirar atrás y recuperar la memoria de las cosas pasadas para mirar de otra forma no como siempre hemos creído o como nos han contado.
Las viejas piedras suelen estar tierra adentro. Hay que alejarse de las bonitas playas recreadas para nuestro deseo en anuncios de cervezas y coches. Eran tierras estériles: páramos, dunas y salinas. Al caminar hacia el interior, hacia lo más profundo de uno, encontraremos viejas plazas llenas de gente, callejuelas llenas de actividad y templos donde recogerse. Cuanto más humano, más lugares con huellas.
En lo más escondido de nosotros, allá en el interior, está lo más sólido. Allí están las piedras para construirnos como templos. Allí están también los espacios para encontrarnos y celebrar juntos que, en el centro, están las verdaderas piedras.
De todos los objetos,
De todos los objetos, los que más amo son los usados. Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados, los cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera han sido cogidos por muchas manos. Éstas son las formas que me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas, desgastadas de haber sido pisadas tantas veces, esas losas entre las que crece la hierba, me parecen objetos felices.
Impregnados del uso de muchos, a menudo transformados, han ido perfeccionando sus formas y se han hecho preciosos porque han sido apreciados muchas veces.
Me gustan incluso los fragmentos de esculturas con los brazos cortados. Vivieron también para mí. Cayeron porque fueron trasladadas; si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.
Las construcciones casi en ruinas parecen todavía proyectos sin acabar, grandiosos; sus bellas medidas pueden ya imaginarse, pero aún necesitan de nuestra comprensión. Y, además, ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas me hacen feliz.
Bertolt Brecht
Imagen: Mapa Tecochtitlan- México. 1524. Anexo a la 2ª carta de relación de Hernán Cortés a Carlos V. Biblioteca del Congreso EE.UU. Washington